Conociamos nuestros nombres, sabiamos nuestras debilidades.
Parecíamos dos incautos robandole besos al borde de los vasos.
Pero eso no importaba, nada importaba
la luz de tu mirada era mi unica morada
y por eso no sucumbia , nada sucumbia
eramos un desliz en el camino esputandole a la vida.
Caprichos del destino y de alguna borrachera mía
nos volvimos a encontrar en aquella lugubre guarida
¡que suerte la mía! decía, sin saber lo que sentía
Y asi permanecimos hasta que los momentos eran segundos,
mi cordura ya estaba acostada y tu , no tan serena como parecías;
implorabas que no volviera a las andadas o que mi locura despertara.
No sabría decirte el como ni porqué,
pero al final finalice aquello que comence.Sin más dilación
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ResponderEliminarTampoco imploré mucho...
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